lunes, 23 de septiembre de 2013

23 DE SEPTIEMBRE: DÍA DEL VOTO FEMENINO.

Perón firmó el 23 de septiembre de 1947 el decreto presidencial que reconoció a las mujeres de todo el país el derecho al voto. Pero como con la mayoría de las conquistas políticas, la disputa por los derechos de las mujeres había empezado mucho antes.

Como generalmente sucede, la lucha por la participación política llegó al mismo tiempo que las respectivas sociedades de todo el mundo, cambiando de paradigma, y abriendo las democracias al voto popular.

La idea era por cada persona, un voto, y que éste no sea ni calificado ni optativo, como hasta entonces habían concedido las elites.

La ley Sáenz Peña se sanciona en 1912, pero la cuestión es que en ese momento las mujeres éramos un poco menos que personas. Éramos pensadas y educadas como criaturas frágiles, susceptibles y emocionales, que políticamente no estábamos aptas para tomar decisiones. (Pasó casi un siglo y todavía increíblemente surgen extrañas añoranzas de retroceso en ese sentido, como las que expresó hace poco Chiche Duhalde, surgidas quizá más de una subjetividad atenazada que de una elaboración intelectual).

Pero volvamos a la ley Sáenz Peña, en su debate previo participaron grupos feministas y socialistas que gritaron lo que ahora parece obvio, pero en ese momento era inaceptable: que las mujeres tenían derecho a la participación política, mediante el voto. No es que a nadie se le haya ocurrido que el voto no podía ser considerado verdaderamente universal hasta que no se ampliase a las mujeres. Y no es que no hubiera lucha. Pero en el poder, no se hacía eco de esta demanda.

A nivel nacional, socialistas y feministas continuaron sus luchas, que prosperaron y finalmente encontraron acogida y pudieron plasmarse en el primer peronismo, encontrando en Evita a su gran impulsora, que emprendió la campaña desde distintos lugares: con los legisladores, con las delegaciones que la visitaban, con las mujeres nucleadas en los centros cívicos, a través de la radio y de la prensa...

Las mujeres pasaron a desempeñar un papel activo: se realizaron mitines, se publicaron manifiestos y grupos de obreras salieron a las calles a pegar carteles en reclamo por la ley. Centros e instituciones femeninas emitieron declaraciones de adhesión.

Los conservadores de los años ’40 insistían en que el voto femenino obligatorio atentaba contra el orden jerárquico familiar. En su más famoso discurso en relación a la mujer, Evita decía:

 “Ha llegado la hora de la mujer que comparte una causa pública, y ha muerto la hora de la mujer como valor inerte y numérico dentro de la sociedad. Ha llegado la hora de la mujer que piensa, juzga, rechaza o acepta, y ha muerto la hora de la mujer que asiste, atada e impotente, a la caprichosa elaboración política de los destinos de su país, que es, en definitiva, el destino de su hogar”.

La construcción monumental del patriarcado, cimentada durante veinte siglos, sigue calando en aquello de lo que no se tiene conciencia. El patriarcado, que nos dejaba no sólo sin voto sino sin voz y sin autonomía personal, sigue latente en lo profundo de muchas mujeres que experimentan su libertad como un exceso.

”La mujer argentina ha superado el período de las tutorías civiles. Aquella que se volcó en la Plaza de Mayo el 17 de Octubre; aquella que hizo oír su voz en la fábrica, en la oficina y en la escuela; aquella que, día a día, trabaja junto al hombre en toda gama de actividades de una comunidad dinámica, no puede ser solamente la espectadora de los movimientos políticos”. (Evita)